“La Nava de La Asunción, un pueblo
de la provincia de Segovia en
donde mi familia posee una casa a
la que siempre acabo por volver".

Firma de Gil de Biedma

Y esa casa a la que se refiere Jaime es la denominada Casa del Caño, un lugar ya vinculado para siempre en las experiencias y sentimientos del poeta hasta conformar su mitología con ella y los parajes que inmortalizó en su obra.

La Casa del Caño

La cercanía a la fuente del Caño del Obispo (1683) y el hecho de ser la única vivienda existente en sus inmediaciones le otorgó el sobrenombre popular de la Casa del Caño.

De su construcción original no se conoce dato alguno, al igual que el escudo que orna en la portada; sí hay documentos que citan que el 2 de septiembre de 1752 pertenece a la fundación de un mayorazgo constituido por los hermanos Tobía, oriundos de Viguera (La Rioja).

Esta familia riojana compuesta por los hermanos Pedro, Cándido, ambos canónigos de Segovia, Diego Jacinto, cura de La Nava de Coca, que emprendió la reconstrucción de la Iglesia parroquial (1735) e hizo una donación para tal fin de 12.682 reales, y Feliciana Tobía, adquirieron viñas y tierras en Nava y Santiuste para posteriormente decidir juntarlas en un mayorazgo donde estaba incluida la Casa del Caño y sus bienes como señala el cura de La Nava:

Yo el dicho D Diego Jacinto, la en que al presente vivo en dicho lugar, junto a la fuente (caño del obispo), que la he fabricado a mis expensas, con su bodega y cubaje, lagar, paneras, caballeriza, corrales, huerta cercada, casilla para el hortelano y palomar, que es todo una posesión...

A la sucesión de dicho mayorazgo nombran a su sobrina Doña Josefa-Melchora Cabezón y Tobía, con ella se inicia este linaje familiar, que continúa con sus descendientes hasta llegar a Dª Isabel de Valcarce casada con D. Atanasio Oñate al que en 1876 Alfonso XII concede el título de Vizconde de Nava de la Asunción, por haber colaborado en la restauración de la monarquía.

A su muerte, la casa fue heredada por su nieta Isabel Gil de Biedma y el marido de ésta Javier Gil Becerril, de ahí que en el pueblo los empezaron a llamar “los becerriles”.
Javier Gil solicitó permiso para que sus herederos pudieran fundir en uno solo el primero de los apellidos del matrimonio, de modo que sus cinco hijos tomaron el apellido Gil de Biedma y Becerril.

Casa del Caño

…pasé los tres años de la guerra civil en La Nava…

El 18 de julio de 1936, el golpe militar sorprende a la familia en San Rafael, en la villa El Robledal propiedad de su abuelo paterno, ante el peligro por la cercanía del frente, se trasladan primero a Segovia y a finales de septiembre a Nava de la Asunción donde pasan los tres años de la guerra civil. Jaime, evocaría los recuerdos de su infancia en su poema “Intento formular mi experiencia de la guerra”:

Fueron, posiblemente,
los años más felices de mi vida,
y no es extraño, puesto que a fin de cuentas
no tenía los diez.

Las víctimas más tristes de la guerra
los niños son, se dice.
Pero también es cierto que es una bestia el niño:
si le perdona la brutalidad
de los mayores, él sabe aprovecharla,
y vive más que nadie
en ese mundo demasiado simple,
tan parecido al suyo.

Para empezar, la guerra
fue conocer los páramos con viento,
los sembrados de gleba pegajosa
y las tardes de azul, celestes y algo pálidas,
con los montes de nieve sonrosada a lo lejos.
Mi amor por los inviernos mesetarios
es una consecuencia
de que hubiera en España casi un millón de muertos.

A salvo en los pinares
-pinares de la Mesa, del Rosal, del Jinete!-,
el miedo y el desorden de los primeros días
eran algo borroso, con esa irrealidad
de los momentos demasiado intensos.
Y Segovia parecía remota
como una gran ciudad, era ya casi el frente
-o por lo menos un lugar heroico,
un sitio con tenientes de brazo en cabestrillo
que nos emocionaba visitar: la guerra
quedaba allí al alcance de los niños
tal y como la quieren.
A la vuelta, de paso por el puente Uñés,
buscábamos la arena removida
donde estaban, sabíamos, los cinco fusilados.
Luego la lluvia los desenterró,
los llevó río abajo.

Y me acuerdo también de una excursión a Coca,
que era el pueblo de al lado,
una de esas mañanas que la luz
es aún, en el aire, relámpago de escarcha,
pero que anuncian ya la primavera.
Mi recuerdo, muy vago, es sólo una imagen,
una nítida imagen de la felicidad
retratada en un cielo
hacia el que se apresura la torre de la iglesia,
entre un nimbo de pájaros.
Y los mismos discursos, los gritos, las canciones
eran como promesas de otro tiempo mejor,
nos ofrecían
un billete de vuelta al siglo diez y seis.
¿Qué niño no lo acepta?

Cuando por fin volvimos
a Barcelona, me quedó unos meses
la nostalgia de aquello, pero me acostumbré.
Quien me conoce ahora
dirá que mi experiencia
nada tiene que ver con mis ideas,
y es verdad. Mis ideas de la guerra cambiaron
después, mucho después
de que hubiera empezado la postguerra.

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En estos años asiste con su hermano Luis al colegio de Nava, el antiguo grupo escolar Alfonso XIII, mientras que sus hermanas fueron enviadas al internado de monjas de la Asunción, en Elizondo, Navarra.
La familia seguía el desarrollo de la guerra escuchando cada noche el “Parte Nacional de España” en la radio. Luis Gil fue nombrado juez militar y contribuyó encabezando con su firma una petición para salvar de la muerte a republicanos de Nava condenados en las cárceles franquistas.
En la primavera de 1939 la familia presenció el Desfile de la Victoria en Madrid, en septiembre realiza los exámenes de ingreso en el Instituto de Segunda Enseñanza de Segovia, y en octubre regresan a Barcelona.En la década de los 40 la familia veranea en La Granja de San Ildefonso, lugar al que acudían familias de la aristocracia. Pero en 1944 ya pasan su primer verano en Nava de la Asunción.

En 1941 los tres hermanos Gil de Biedma y Becerril, José, Javier y Luis, herederos de la Casa del Caño, decidieron poner a subasta, a pliego cerrado entre ellos, la casa, la ribera de los Alisos, el pinar y los plantíos de la Nava. La mejor oferta (625.000 pesetas) la presentó D. Luis convirtiéndose en único propietario.
D. Luis y su mujer Doña María Luisa realizarán amplias reformas en la casona, trajeron muebles de tiendas de anticuarios de Segovia, los tapizados y telas se encargaron a Barcelona en la fábrica de los Vilá.

¡Con cuanta ilusión se empezaron las obras! Me revolvieron de arriba abajo. En lugar de la cocina pusieron un living, y esta la trasladaron cerca de los cuartos del servicio. El planchero, el office y la despensa se alojaron en parte de la bodega que ya no se necesitaba tan grande. En los cuartos de tía Isabel y Cecilia se abrieron nuevas habitaciones para huéspedes. El comedor se trasladó cerca del salón dando a la calle Real y se hicieron tres cuartos de baño nuevos, y se anuló el antiguo pozo negro.

BLANCA GIL DE BIEDMA Y ALBA. Habla la Casa del Caño

Con la reforma de 1941 la huerta se transformó en un vergel: el Jardín de los Melancólicos; los árboles frutales, acacias y moreras, dieron paso a una cancha de tenis, piscina, una hilera de cipreses en la calle del Vizconde, una rosaleda con cesto de frutas de piedra en el centro y ordenados parterres de boj, que conformaron el vergel del jardín de los melancólicos.

A partir de ese momento, casa y jardín se convirtieron en el mito idealizado por el poeta. Un lugar que fue su reino, su fuente de inspiración y su refugio.

Jardín de los Melancólicos en la Casa del Caño

Jaime en La Nava en 1956

En el verano de 1956 a su regreso de Filipinas le diagnostican tuberculosis, pasará tres meses de convalecencia en Nava de la Asunción.
En este año lleva un diario que será publicado íntegramente después de su muerte bajo el título de Retrato del artista en 1956; la tercera parte de este libro, “De regreso en Ítaca” es fundamental para conocer la importancia que tuvo la Nava en la vida del poeta, a través de la narración de sus vivencias en estos meses y de sus recuerdos de la infancia y adolescencia, además de las descripciones tan precisas y tan poéticas de la Casa del Caño, del Jardín de los Melancólicos y de sus paseos por los pinares.
Al llegar se encuentra algo desorientado:

Algo he tardado en afianzarme. El primer día lo pasé casi entero durmiendo. Ayer llegaron libros, gramófono, discos y mesa de cama. Hoy me ocupo toda la tarde en corregir viejos poemas…


En una carta a Carlos Barral describe su nuevo cuarto en la Casa del Caño:

Vivo en mi nueva habitación, que os gustaría mucho: la chimenea y el techo han quedado perfectos. Y tengo una cama hecha con el copete del órgano de una iglesia de pueblo, toda pintada de almazarrón y azul plomo, en guirnaldas de lo más naïf, y una Virgen a la cabecera con el manto hinchado de viento, igual que si estuviera haciendo a pie enjuto la travesía del Canal en un día de galerna…

Jaime Gil de Biedma en la ventana de su cuarto

Tras unos días de obligado reposo en su cuarto, le permiten salir al jardín:

Primera salida al jardín después de veintinueve días de cama. Algo como una embriaguez, una felicidad enorme, apacible. Me instalo a la sombra del álamo blanco -más viejo el pobre, con muchas menos ramas- y pronto dejo a un lado los papeles para dedicarme por completo a mi hora de aire libre, a la maravillosa lentitud de un día clásico de agosto, sin una sola nube. Distingo cada olor y cómo varía y se suma a todos los otros: el de la tierra caliente, el de la acacia a mi espalda, el de los setos de boj que ahora ya sé a qué huelen: a siglo XVI. Aroma gazmoño de las petunias en los arriates soleados. Y cuando la brisa gira y viene del lado del pueblo, olor a humo de leña de pino, que es toda la guerra civil para mí. Además es domingo y hay campanas.

Jaime Gil de Biedma con su madre en el jardín de los Melancólicos

En Filipinas había paralizado su producción literaria, sin embargo aprovecha los meses de convalecencia en La Nava para impulsarla de nuevo; prepara su estudio sobre Cántico de Jorge Guillén y escribe varios poemas: “Recuerda”, “Lágrima”, “Al final”, “Piazza del Popolo” e “Idilio en el Café”.
Y cuando ya está prácticamente restablecido de su enfermedad inicia sus paseos por los pinares que rodean la Nava, visita las obras de restauración del castillo de Coca con sus amigos los Kindelan, o llega hasta la ermita del Sacedón en la orilla derecha del Eresma:

Primera salida al campo esta mañana, en la Araña, con mi padre y con Ana Mari Moreno… Tomamos por el camino del Jinete y luego a la izquierda, por el del Torrejón, a salir entre los majuelos al Pinar de las Sordas; volvemos por las coteras, otra vez a buscar el Jinete. Suda el caballo, pega el sol.


Pinar de las Ordas

Maravillosa excursión en camioneta por el camino viejo de Valladolid, que yo no conocía. Eso me excita y me vuelve a otro momento. Vamos por la orilla derecha del Eresma hasta una ermita que llaman del Sacedón, muy bien situada; el río abajo, entre álamos dorados, y más allá el mar de pinares, que del lado de Coca parece alcanzar el horizonte: la sierra azul de Guadarrama, lejos.”

La Ribera de los Alisos

La Casa del Caño, el Jardín de los Melancólicos…. y por último la Ribera de los Alisos.
El pinar de los Alisos, propiedad de la familia, se sitúa junto a la ribera del Eresma; hasta allí acudían los Gil de Biedma en sus paseos diarios por los pinares que rodean la Nava, a caballo, en la araña tirada por el “Hilas” o en la camioneta. En el pinar construyeron una casa para los guardas: Tomás y Aquilina, diseñada por Gutiérrez Soto, en ese momento estudiante de arquitectura y amigo de la familia. Los Gil de Biedma se reservaron un salón con chimenea para cuando iban a comer o a cenar, el resto de la casa era para los guardas.
Su poema “Ribera de los alisos” es un referente de este lugar, y en él se enfrenta con algo que le importaba mucho, según nos dice el propio Jaime: su vida de muchacho en la Nava.

Los pinos son más viejos.
Sendero abajo,
sucias de arena y rozaduras
igual que mis rodillas cuando niño,
asoman las raíces.
Y allá en el fondo el río entre los álamos
completa como siempre este paisaje
que yo quiero en el mundo,
mientras que me devuelve su recuerdo
entre los más primeros de mi vida.

Un pequeño rincón en el mapa de España
que me sé de memoria, porque fue mi reino.

Podría imaginar
que no ha pasado el tiempo,
lo mismo que a seis años, a esa edad
en que el dormir descansa verdaderamente,
con los ojos cerrados
y despierto en la cama, las mañanas de invierno,
imaginaba un día del verano anterior.
Con ese olor
profundo de los pinos.
Pero están estos cambios apenas perceptibles,
en las raíces, o en el sendero mismo,
que me fuerzan a veces a deshacer lo andado.
Están estos recuerdos, que sirven nada más
para morir conmigo.
Por lo menos la vida en el colegio
era un indicio de lo que es la vida.
Y sin embargo, son estas imágenes
-una noche a caballo, el nacimiento
terriblemente impuro de la luna
o la visión del río apareciéndose
hace ya muchos años, en un mes de setiembre,
la exaltación y el miedo de estar solo
cuando va a atardecer-
antes que otras ningunas,
las que vuelven y tienen un sentido
que no sé bien cuál es.
La intensidad
de un fogonazo, puede que solamente,
y también una antigua inclinación humana
por confundir belleza y significación.
Imágenes hermosas de una historia
que no es toda la historia.


Demasiado me acuerdo de los meses de octubre,
de las vueltas a casa ya de noche, cantando,
con el viento de otoño cortándonos los labios,
y de la excitación de arriba
junto al fuego encendido, cuando eran familiares
el ritmo de la casa y el de las estaciones,
la dulzura de un orden artificioso y rústico,
como los personajes
en el papel de la pared.
Sueño de los mayores, todo aquello.
Sueño de su nostalgia de otra vida más noble,
de otra edad exaltándoles
hacia una eternidad de grandes fincas,
más allá de su miedo a morir ellos solos.
Así fui, desde niño, acostumbrado
al ejercicio de la irrealidad,
y todavía, en la melancolía
que de entonces me queda,
hay rencor de conciencia engañada
resentimiento demasiado vivo
que ni el silencio y la soledad le calman,
aunque acaso también algo más hondo
traigan el corazón.
Como el latido
de los pinares, al pararse el viento,
que se preparan para oscurecer.
Algo que ya no es casi sentimiento,
una disposición
de afinidad profunda
con la naturaleza y con los hombres,
que hasta la idea de morir parece
bella y tranquila. Igual que este lugar.

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Con sus amigos en la Nava

En ocasiones compartió su tierra gentilicia con destacados personajes de la literatura como: Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Ángel González, Juan y José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald, Ana María Moix, Beatriz de Moura

En 1960 inicia una amistad con Juan Marsé que perdurará hasta su muerte.
Juan Marsé, con motivo del Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba 2018, escribió unas palabras para ser leídas en el acto de Fallo del Jurado, (están expuestas en la Estación de Encuentro). Recuerda su estancia en la Nava en agosto de 1964, aquí terminó su novela Últimas tardes con Teresa, por la noche en la Casa del Caño leyó el último capítulo a Jaime y a Ángel González, tras alguna pequeña corrección, el capítulo fue aprobado. También recuerda el chapuzón en la piscina de la casa y los paseos al atardecer por los pinares que rodean la Nava.

En septiembre de 1970 muere su padre, se encuentra en Nava disfrutando de las fiestas y enferma; es trasladado a Madrid donde muere, pero sus restos son enterrados en el panteón familiar del cementerio de Nava de la Asunción.

El poeta compró una casa en Ultramort, en el Ampurdán, porque desde la muerte de su padre le resultaba difícil volver a Nava, se convierte en su segundo refugio.
Sin embargo en el verano de 1974 volverá a Nava junto con José Antonio Ribas, y sus amigas Colita y Ana María Moix, son unos días felices para Jaime, mantienen largas conversaciones en el jardín, se bañan en la piscina, y por las tardes visitan lugares cercanos Arévalo, Riofrío, Coca… en el mehari conducido por Jaime.

La Nava en sus cartas

En algunas de sus cartas, encontramos referencias a Nava de la Asunción; por ejemplo, en su carta a Carlos Barral de 22 de junio de 1952:

…los alejandrinos que te dediqué han sido uno de esos recodos umbríos, con álamos de agua corriente, que de vez en cuando ofrece mi tierra gentilicia: quizá el arroyo de La Balisa, frente al Tejar de la Condesa, camino de Coca y cerca de mi pueblo de Nava de la Asunción; de mi casa y de ese patinillo que imagino en la siesta de las tres de la tarde, con las flores creciendo silenciosas y doliéndome entre el pecho y la camisa _como una avispa secretamente introducida_. No pierdo la esperanza de que algún día vendrás a mi casa y montaremos juntos a caballo; quiero que tú también conozcas entrañablemente aquella tierra…


En otra carta a Carlos Barral de 5 de agosto de 1952 dice así:

Durante breves días he regresado a mis palacios de Segovia _como diría Alfonso_ y he compartido entrañablemente mis horas con Jaime Ferrán…


Carta a Juan Marsé de 20 de julio de 1961:

…Yo estaré en Barcelona hasta terminar la primera semana de agosto; luego, durante el resto del mes, mis señas serán las siguientes: Nava de la Asunción, Segovia. A primeros de septiembre regresaré aquí.

Su última visita a la Nava

En el verano de 1985 se le diagnostica el sida y empieza un tratamiento en el Hospital Claude Bernard de París. En el verano de 1988 se marcha a Nava con Josep Madern, dona a la Biblioteca Municipal varias obras suyas.
El corresponsal de El Adelantado de Segovia le entrevista en el Jardín de los Melancólicos, será su última estancia en la Casa del Caño.

Una frase que dijo a un periodista local y que dejó escrita en un libro suyo de nuestra Biblioteca municipal describe su gran cariño a nuestro pueblo. La cita, que ya forma parte de las señas de identidad de nuestra localidad, es: “Por propia elección, me he considerado navero”.

Gil de Biedma muere el 8 de enero de 1990. Sus restos fueron incinerados en el cementerio de Barcelona y sus cenizas trasladadas a Nava de la Asunción donde reposan en el panteón familiar, por su expreso deseo.

Después de su muerte, ante el deseo del pueblo navero de mantener viva la memoria del poeta y dar a conocer su figura personal y literaria, han surgido diversas iniciativas desde el Ayuntamiento, asociaciones o particulares.
Una de ellas fue la convocatoria por parte del Ayuntamiento del Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba en marzo de 2003. Este certamen ha alcanzado a lo largo de sus quince ediciones, una dimensión muy relevante, tanto a nivel nacional como internacional, actualmente es un premio totalmente consolidado en el mundo poético.

Se han celebrado varios homenajes al poeta con lecturas de sus poemas como el recital de poesía "Evocación y sentimientos con Jaime Gil de Biedma", o el recital y ofrenda de flores del 13 de noviembre, aniversario de su nacimiento, este acto tuvo lugar en la Plaza Gil de Biedma situada en una parte de lo que fue el Jardín de los Melancólicos.

Y por último, en agosto de 2017 se inauguró un espacio dedicado a la figura de Jaime: La Estación de Encuentro Jaime Gil de Biedma y la Nava, a la que acuden numerosos visitantes para disfrutar de la exposición permanente que muestra su vida en la Nava, los lugares más ligados al poeta, a través de sus propias narraciones y descripciones, así como las espectaculares fotografías de los pinares que inspiraron muchos de sus versos y que le sirvieron de refugio en momentos cruciales de su vida. Una de las salas está dedicada al Premio Poético Internacional Jaime Gil de Biedma y Alba, y en otra se ha recreado el escritorio del poeta de la Casa del Caño. Se completa con un vídeo con imágenes cedidas por la familia de su infancia y adolescencia.

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